Topobloggers,
Saludamos con alegría su curiosidad y su lectura. Tenemos una noticia: imagínense que hemos sido llamados a que nuestro laboratorio ambulante se mueva ahora por los caminos, calles y rieles de la virtualidad.
Y,
Como nuestra curiosidad y espíritu explorador nos anima a proponer cosas nuevas, hemos atendido a ese llamado.
Ante la novedad que ello representa y toda la galaxia de cosas desconocidas, retantes y fascinantes a la que nos adentramos, nos quedan preguntas y ganas de compartir con ustedes lo que ha pasado allí.
Hoy presentamos el ciclo de publicaciones que mostrarán distintos asuntos derivados de la experiencia de enseñanza-aprendizaje a través de la virtualidad. De manera cíclica iremos mostrando algunas reflexiones provenientes de las vivencias de quienes hacen parte de Inventópolis. Las voces, preguntas, anécdotas y consideraciones de nuestros Topoamigos, inventopolisences y topopadres, principalmente, serán la fuente de inspiración para comenzar a navegar entre esta nueva experiencia de aprendizaje por la que atravesamos.
Primeramente,
Queremos contarles la historia de la inventopolisence-de-la- gata-Conga, quien se inventó una manera de recuperar olores, sabores y texturas que se perdieron tras una visita a sus topoamigos mediante el único transporte que por ahora funciona: un portal doblemente cuadrado, gris y fácil de llevar.
¿Nos acompañan? Dice así:
Érase una vez, en una ciudad muy cercana -cuyo nombre puede ser cualquiera de los que conocemos en la actualidad-, que una inventopolisence no podía salir a caminar, pues la amenaza de un virus peligroso se había instalado en cada esquina, cada saludo, cada risa, cada estornudo. Sin embargo, ante la curiosidad que compone a cada habitante de Inventópolis, ella no quería más que seguir conociendo el mundo y creando cosas junto con los topoamigos con los que se encontraba cada miércoles en un edificio por allá en una montaña que casi, casi se salía de la ciudad.
Entonces, encontró un aparato doblemente cuadrado, que cabía entre sus manos y que se presentaba ante ella como un portal que le permitía llegar a cada lugar donde sus topoamigos solían estar. Al compartir su descubrimiento con ellos, se comenzaron a juntar al tiempo y en mayor cantidad para encontrarse en ese lugar extraño, pues aunque se veían y se escuchaban –así fuera como robots-, no se podían tocar u oler o halar el pelo o lanzarse avioncitos de papel.
Resulta que nuestra protagonista comenzó a sentirse extraña, pues sus manos, sus rodillas y hasta su pelo comenzaban a desaparecer ante ella. Cuando llegaba a casa de sus topoamigos, solo llegaban sus ojos y su boca. Pero su sus ojos no podían verles a todos al tiempo y su boca, aunque tenía lengua, no podía sentir sabor. Sus topoamigos del otro lado del portal no se percataban del asunto. Sólo podían ver sus ojos y su boca mientras de ellos salían miradas y palabras, respectivamente. Palabras y miradas, nada más.
-Qué portal más extraño. Parece que al cruzarlo y emprender el camino de llegada a casa de mis anfitriones, se me va quedando todo el cuerpo. Es como si no cupieran por aquí. ¿Qué estará pasando? ¡mira, Conga! También desaparecen para mí los de ellos-. Decía nuestra amiga a su gata Conga mientras sentía cómo un cuarteto de patitas tibias, peludas que transportaban la cola, el torso y los ojos de la felina, se iban acomodando en su regazo.
- Si Conga puede acostarse en mi regazo, es porque no se me ha perdido-. Pensó. –Así que voy a inventarme una manera de llevar conmigo todo mi cuerpo hasta donde mis topoamigos sin que el portal se percate de lo que estoy haciendo. ¿Cómo lo haré si sólo pueden viajar de mí mis ojos y mi boca sin posibilidad de saborear?
En ese momento,
Nuestra inventopolisence comenzó a tratar de traspasar sus manos de su torso a su boca. Intentó pegárselas con cinta, con plastilina, con pegaloca, pero nada.
Sus manos eran muy grandes, muy pesadas y muy pegadas a sus hombros como para que se pasaran a la boca. Ante su frustración, comenzó a hablarles, a preguntarles cómo podía hacer para llevarlas con ella durante el viaje entre el portal. Mientras hablaba, se iba imaginando cómo las manos podían encogerse y esconderse debajo de la lengua y, mientras les iba contando, comenzó a sentir cómo bajo su lengua aparecían diez dedos que sentían la saliva y blandeza de su lengua.
-¡Claro!-. Exclamó entusiasmada.-Si tengo mi palabra y mi mirada, puedo emplearlas como estuche para guardar todo mi cuerpo y mis sentidos mientras me encuentro con mis topoamigos a través del portal-. Conga se limitaba a ronronear sobre su regazo. –Tengo muchos recuerdos y muchas ganas de compartirles a mis topoamigos cómo se siente el pelo de Conga. Si les cuento, seguramente ellos podrán sentirla también.
Fue así como comenzó a sembrar en cada una de las palabras que salían de su boca a su nariz mediante descripciones de los olores que a cada topoamigo quería compartir y tenía a su alrededor; comenzó, también, a dejar que en su palabra anidara la sensación del pelo de Conga, su gata, mientras le pasaba frente a la cara y al portal por donde sus topoamigos la veían; comenzó, pues, a hacer de la palabra ese lugar lleno de memorias y descripciones que le permitieron crear un nuevo cuerpo en ese espacio virtual en el que todo aquello que llegaba antaño a través de sus cinco sentidos, ahora lo hacía a través de la palabra. Era como ver a una boquita con manos, nariz y ojos. Toda una nueva invención de sí y de su sentir al que Conga, su gata, por fin podía asistir.
Compartimos con ustedes esta primera reflexión en torno a los sentidos y su protagonismo en el conocimiento.
Sentidos que tal vez han pasado desapercibidos mientras estamos en el aula pero que, como seres humanos, no podemos obviar en tanto nos abren puertas a lugares desconocidos y hacen parte fundamental de nuestro aprendizaje. Ahora que nos enfrentamos a restringir nuestros sentidos ante las personas con quienes intercambiamos ideas, palabras y demás asuntos durante ese proceso de enseñanza-aprendizaje, constituye un reto mantenerlos siempre vigentes y, dado que es la palabra aquella herramienta y materia prima para construir asuntos, tal vez es mediante ella que podremos mantener nuestros sentidos activos.
Aludir a la memoria y hacer llamados constantes a la consciencia ante aquello que atraviesa nuestro cuerpo, así no tenga que ver directamente con las actividades que estamos realizando durante la interacción virtual, puede llevar a niveles de consciencia de sí que tal vez no se han explorado a profundidad en las aulas de clase y que pueden representar nuevas oportunidades para potenciar nuestra imaginación, creatividad, nuestro relacionamiento con nuestro entorno y con nuestro cuerpo.
Y ya que hablamos de la palabra [risas], en una próxima entrada exploraremos la palabra y el sentir de aquellos quienes la reciben: nuestros topoamigos, niños, niñas y jóvenes que se ven retados, también a vivir su experiencia formativa a través de la virtualidad.
No olviden dejar sus comentarios, apreciaciones y sugerencias como comentarios a esta entrada. Sabemos que muchas otras preguntas pueden estar derivando de esta experiencia de aprendizaje y enseñanza que nos reta y compone nuestro quehacer docente.
¡Hasta la próxima!
Amalia Yanuba Vega Quiñones.
Tallerista de INVENTÓPOLIS.
Antropóloga de la Universidad de Antioquia y estudiante de Maestría en Desarrollo Educativo y Social de la Universidad Pedagógica Nacional convenio CINDE.
cantaora de bailes cantados del caribe colombiano, cinéfila y coleccionista de chistes malos. La mamá le va a regalar una calle por todo lo que disfruta vivir la ciudad y caminar entre sus calles, sus gentes y sus historias.
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